lunes, diciembre 31, 2007

Trabajo práctico sobre lógica sofística

Habíamos quedado en encontrarnos con mi amigo, el sofista Charlatandro y como llegué con tiempo, asistí a la parte final de su clase de lógica en la Academia Sofista. Lo siguiente es parte de lo que escuché:

—Nos toca ahora elegir la lectura de un artículo periodístico. Como ustedes saben, el propósito de esta lectura es el análisis y crítica de la estructura lógica de un discurso. Es un trabajo de orden epistemológico y el peso del trabajo es suyo, yo sólo elijo un artículo al azar. A ver, parece que aquí tenemos uno, sí, este artículo parece ajustarse a nuestras necesidades. Es un reportaje en el que la entrevistada afirma:
—Un protagonista es interesante en la medida en que tenga algún tipo de transformación. La transformación que puede tener Elena es bastante sutil, no pueda transformarse totalmente. En su caso, se trata de poder ir de la certeza a la duda y ése es su progreso. Su proceso de aprendizaje es darse cuenta de que a veces uno cree que sabe o sabe con cierta prepotencia. Y me parece que el conocimiento es mayor cuando uno duda, que cuando cree que tiene certezas.

[Periodista] —En las últimas líneas de la novela, cuando Elena se da cuenta de ciertas cosas, se describe que son tantas las palabras que se agolpan en su cabeza que, entonces, no puede decir nada. ¿Cuál es la relación entre palabra y verdad?

—Me viene la frase de Adorno sobre cómo escribir después de Auschwitz. A partir de ese mismo planteo uno sabe que hay cosas que te dejan sin palabras. Ahora, cuando Adorno se pregunta eso, no está diciendo que no se escriba más, sino que se pregunta cómo hacerlo. El silencio es muy importante, hay momentos en que no cabe otra cosa, pero la única salida del silencio es tratar de hablar. En nuestro país en estos últimos años se empezaron a hablar un montón de cosas que antes no se hablaban y eso es positivo. La palabra ayuda a curar.
Hubo un murmullo de reprobación en la clase y varios aprendices, meneando la cabeza, comenzaron a escribir con rapidez.

Cuando terminó la clase y luego de los saludos acostumbrados, le comenté a Charlatandro:

—¡Cómo escribían los aprendices!
—Es que tenían mucho material para trabajar. Se dicen cada cosas: ¡Nos ha abandonado la lógica! ¿No lo notaste? Los párrafos de la entrevistada son contradictorios.
—¿Por qué? ¿Acaso la palabra no ayuda a curar?
—No, no van por ese lado los tiros. El problema mayor es que en el primer párrafo se glorifica el abandono de las certezas en favor de la duda; se habla del aumento del conocimiento cuando nada parece saberse, cuando se duda de las certezas.
—Pero esa es una posición escéptica —le respondí con acritud—, una posición legítima; podrás no estar de acuerdo con el escepticismo o criticarlo, pero es coherente. Quizás es la posición epistemológica más coherente a la que se puede llegar.
—¡Pero lo que dice la entrevistada es incoherente! Fijate que al comienzo del segundo párrafo sostiene que sabe cosas —las que te dejan sin palabras—, que tiene certezas. Pero en el primer párrafo había sostenido que hay mayor conocimiento cuando no se tienen certezas; de ahí se sigue que si ahora tiene certezas, entonces no puede saber algo. A lo sumo podrá afirma que posee un conocimiento menor —signifique esto lo que signifique—, porque todavía no progresó —dicho en sus términos—, porque aún no dudó acerca de lo que dice saber.
—...
—Es como seguir la duda metódica cartesiana pero sin llegar a la plataforma arquimedeana, al cogito. Se puede vivir en la duda —es la vía del escéptico—, pero una vez instalado en ese estadio ya no es posible afirmar un conocimiento positivo acerca de nada, porque la duda rampante te lo hará pedazos.
—...
—¿No decís nada? —le escuché decir—.

Me quedé como Adorno, sin palabras, con la sensación de estar precisamente de...