jueves, febrero 10, 2005

Cómo se lee un texto filosófico

Alguna vez escuché estas afirmaciones —aunque no recuerde de cuál de mis amigos sofistas son—, que decían así:
Hay dos actitudes fundamentales —e infinitas variaciones— de acercarse a un texto filosófico.

La primera es la actitud del discípulo, de modales tímidos, humildes, devocionales, que le pide permiso a cada palabra leída, que acaricia el texto del maestro, cada palabra se derrama sobre el discípulo como gotas de infinita sabiduría. Jamás el discípulo se permitiría agredir con preguntas impertinentes los escritos del maestro, tampoco se atreve a dudar de ellos, ni siquiera sueña con apartarse de sus enseñanzas. Le consiente todas las afirmaciones, le festeja todos los argumentos, ríe con su humor y pelea como un cruzado por su señor contra sus oponentes dialécticos. No se permite nada que pueda llegar a tergiversar las escrituras del maestro y le es fiel hasta en los mínimos signos gráficos.

La segunda actitud es la lectura de filósofo a filósofo. Un bravo maestro se acerca impetuoso en son de confrontación, de conquista, de apropiación y hasta de rapiña, si se puede decir tanto; poco se respeta, nada queda en su lugar, todo es dado vuelta: las letras patas para arriba, los conceptos despanzurrados, los pensamientos desquiciados. El texto del filósofo invadido es saqueado a voluntad, el conquistador de ideas se hace con un botín de los pensamientos más fuertes y productivos, y descarta como inservible todo lo demás. Terminado el pillaje, parte con la confianza de llevarse las más preciadas ideas y deja tras de sí un texto violentado, desolado, yermo; en fin, un texto empobrecido, rebajado a mera curiosidad histórica. Jamás un filósofo volverá sobre sus pasos, nunca volverá a leer ese texto depredado.

Sin embargo, no cualquiera puede adentrarse tan impúdicamente en el texto de un filósofo. No cualquier filósofo puede apropiarse desmedidamente de otro pensamiento. Es necesario ser robusto y de estómago fuerte, no sea cuestión de atreverse con un bocado demasiado grande y terminar indigestado.
Espero que mi relato haya sido fidedigno. O quizá no, quizá cambié todo, según mi conveniencia.